4. jun., 2021
De los esnobismos literarios
Anticipo que este texto expresa mi discordia con el esnobismo literario, por lo tanto también con los esnobs que lo practican. ¡Quien avisa no es traidor!
Desde hace un par de meses me dio por curiosear en diversos grupos de Facebook dedicados a los libros y a la literatura. Descubrí que hay varios y muy buenos, unos más dinámicos que otros, alguno más enfocado en un tipo concreto de literatura, unos de amantes de la lectura y otros, principalmente, de escritores independientes que intentan abrirse camino a través de la autoedición. Como en todo grupo, uno va abriendo diálogos e intercambiando opiniones sobre los más diversos temas con gente encantadora de cualquier rincón de Hispanoamérica. Aunque también se topa uno con tocapelotas que utilizan las redes con el único afán de exhibir su ego sin darse cuenta, de que a la par exhiben su estupidez. Pero, afortunadamente, estos son minoría, normalmente las intenciones y aportes de la gente amante de los libros son buenas en contenido y correctos en las formas.
En un grupo mixto de lectores y escritores volvió a aparecer el tan manido tema de la valía de los libros de Harry Potter y, por ende, de su autora J.K. Rowling. Creo haber leído en alguna parte que Rowling es, hoy por hoy, una de las mujeres más adineradas del Reino Unido, fruto, precisamente, de sus derechos de autor sobre sus creaciones. En la cadena de opiniones (no recuerdo cómo se originó) leí un par de comentarios favorables sobre Harry Potter por la importancia que tuvieron y tienen aquellos libros en la vida de unos cuantos lectores. Nada extraordinario, gente simpática diciendo cosas simpáticas. Lo que ya me tocó lo intocable fue encontrarme una vez más con uno de esos esnobs tarados que parecen haber tomado toda la sabiduría literaria a cucharadas y les sale el menosprecio barato por cada poro, en este caso, por cada comentario que hacía. Entonces me tomé la libertad, sin tomar en cuenta al otro, de expresar en el post lo que siempre he pensado. Harry Potter es una genialidad, creación de una mente más genial aún. Que aparte de ser una literatura popular y asequible, apta para varias edades, perdurará por las emociones que despierta, por la apertura que significó y significa para muchos al mundo de los libros. Cualquier esnob que diga lo contrario, tan solo soltará argumentos por envidia o pura mala leche. Porque envidia hay mucha, también en el gremio de los escritores. Recuerdo incluso que en mi alegato a favor de las obras de Rowling entremezclé el nombre de Cortázar para metaforizar y explicar una idea puntual que tenía sobre marketing. Ahí me cayó la justicia demoledora del energúmeno defensor de los cánones literarios elitistas, y por poco me menta la madre por yo haberme atrevido a mentar a Rowling y a Cortázar en una misma oración. ¡Que cómo me atrevía!
El incidente quedó ahí, porque yo ya he alcanzado un cierto nivel de autoestima que me ayuda muchas veces a no embestir las muletas de los idiotas. Pero me sirve para dedicarle un par de renglones a mis personalísimos juicios y opiniones sobre lo que es para mí la literatura, luego ya cada cual que se las apañe con las suyas propias.
Harry Potter es una creación fantástica, sus personajes y argumentos de una creatividad extraordinaria, y con admiración le concedo a la autora el grado de excelente escritora. Porque yo jamás hago distinciones entre literatura de alta alcurnia y la popular, los libros los leen los hombres y mujeres según apetencias, niveles de formación y experiencia, sueños y deseos por imbuirse en vidas paralelas.
Agatha Christie fue en su momento denostada como escritora popular, y yo me decía cuando leí sobre ello, pero qué ¡carajos!, claro que es popular, es para el pueblo que escribía sus incomparables misterios con una destreza de planificación y narración que la catapultaron al grado de genio para mí. Tolkien fue rechazado por crear personajes carentes de carácter y, sin embargo, hoy se disputa con Potter los primeros puestos de preferencia en literatura fantástica. Por el vulgo, claro, no por la élite del esnobismo.
Decir hoy que los escritores del boom latinoamericano escribieron solo genialidades es tan falso como decir que Alberto Vázquez-Figueroa solo sabía crear historias pero no escribir. Ese hombre es un iluminado y más vale que se le hiciera caso con sus inventos.
Todos somos un mundo de capacidades y propensiones. En el esnobismo literario actual veo dos corrientes que son, a mi juicio, desatinadas ambas.
Hay los que preponderan a “los clásicos” y menosprecian a la literatura más contemporánea. La literatura digna llegó para ellos hasta mediados del siglo pasado. Yo opino: el término clásico es vago y confunde, porque solo determina temporalidad y no la calidad, a mi criterio. En el siglo XIX también se escribía chatarra, como siempre en todos los tiempos de creatividad humana. El valor que hay que concederle a los clásicos hoy es que se siguen reeditando y comprando, y esto no es un fenómeno arbitrario, es porque siguen gustando y tienen sus adeptos y compradores. Y me parece perfecto, yo no sería quien soy en mis anhelos literarios sin Karl May, Alejandro Dumas o Victor Hugo.
La otra corriente contrapuesta es la de los renegados ultramodernos y futuristas, que dan a todo lo clásico por añejo y desfasado, y no le encuentran sentido ya a las lecturas de Goethe o Galdós, Conrad o Faulkner incluso.
Para gustos, los colores, toda opción es válida. Lo que ya no es válido es la prepotencia con la que les gusta a algunos presentarse como la élite intelectual, los elegidos que se creen por encima de los gustos simples y populares, los doctos poseedores de la erudición literaria que se permiten dictar cátedra donde yo solo veo libros y escritores que me gustan y otros que no. De eso trata la literatura. De gustar y hacer soñar, de nutrir el intelecto y aportar a la cultura. Y en esto último, para mí, Harry Potter aporta tanto o más que muchas otras novelas.
Sobre mi mesilla de noche esperan ahora mismo Todo Alatriste de Pérez-Reverte (el gordísimo compendio de las siete novelas que me hace salivar por la emoción de poder leerlo pronto), El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy, Fisiología del gusto de Brillat-Savarin, y La civilización del espectáculo de Vargas Llosa.
Seguramente llegará también el día en el que voy a releer a Dickens, como me llegará el día de intentar de nuevo con Rayuela de Cortázar, novela con la que hasta ahora nunca pude amistarme. Y, por cierto, necesito conseguir Las analectas de Confucio que me llaman la atención, y releer a Ken Follett en su saga Century.
Viva Dostoievski, viva Victoria Holt, y viva J.K. Rowling. Y vivan en mi corazón todos los autores que me gustan, sean de cuando sean y escriban como escriban. Si me gustan, me gustan.
Por el contrario, que se jodan los esnobs. ¡Howgh!*
* Expresión en algunos idiomas amerindios de América del Norte y que quiere decir “He dicho”. Consulten con James Fenimore Cooper o Karl May.