26. jun., 2021
¿Un mundo mejor?
«Debemos reconocer que en cierto modo nuestro mundo actual es bastante bueno…
El problema estriba en que no es bastante bueno para todos.»
Alberto Vázquez-Figueroa, Un mundo mejor
Ayer me volví a encontrar con estas dos frases, y no diré que de casualidad.
La novela Un mundo mejor, el libro en su edición de Plaza & Janés de 2002 es, seguramente, de todos los libros que tengo el más manoseado. He repasado sus hojas y textos muchísimas veces, más que cualquier otro libro, aparte de haberlo prestado para que otros lo lean.
Tengo la mala costumbre de usar incisos hasta donde no caben, perdonen, escribo así y mi mente se desahoga.
Inciso: Alberto Vázquez-Figueroa es, sin duda, el autor del que más libros he leído a lo largo de mi vida, en parte porque su obra es muy extensa, con una producción monumental de novelas, en parte porque casi todo lo que escribe y escribió me encanta. Lo tengo al hombre, canario de origen, por un ser humano superdotado, valiente y como a mí me gustan los humanos, plagado de virtudes que yo admiro, empezando por su humanidad y valentía. Investiguen y léanlo. No produce literatura para snobs literarios, es honrosamente popular, pero tiene inventadas, dichas y escritas infinidad de cosas importantes, y abogo por que los hombres le hagamos bastante más caso si queremos que este sea un mundo un poco mejor.
El inciso me devuelve al tema.
Aunque han pasado diecinueve años desde que esta novela se publicó y el mundo ha cambiado también desde entonces, con una perspectiva histórica, poniéndonos a comparar la época actual con cualquier otra del pasado conocido, estamos bastante bien. Hace apenas setenta y cinco años aún sufríamos las ruinas de otra guerra mundial.
El mundo ha evolucionado en gran parte del planeta hacia modelos sociales fundamentados en la igualdad, la libertad y el individuo. Políticamente, la democracia se ha asentado en la mayoría de las naciones, en algunas con mayor éxito que en otras, pero sobre sus cimientos los ciudadanos participan activamente en su organización social y no hay cabida para los totalitarismos que han regido en tantos otros momentos. Existen, pero no caben.
A diferencia de lo que aportó la Revolución Industrial que inició a mediados del siglo XVIII en cuanto a desarrollo y modernización, pero que también engendró un marcado auge de nuevos grupos sociales como el proletariado y la burguesía, la revolución tecnológica digital que nace en la segunda mitad del siglo pasado y que se mantiene a paso acelerado hasta nuestros días, provoca más bien un efecto unificador, nos acerca al mundo a través de las comunicaciones, nos globaliza, por suerte, y nos va enseñando que humanos somos todos.
Ciertamente, la carrera tecnológica que han emprendido con fiebres de demencia ciertas naciones como Estados Unidos o China, y que hoy ya no tienen consecuencias nacionales únicamente, sino globales, para toda la humanidad, es un tema al que debe prestarse mucha atención hoy, porque mañana será muy tarde. El progreso de las ciencias digitales y sus algoritmos no debe por nada en el mundo servir para mecanismos de control y manejo totalitario nuevamente, de manipulación comercial o de voluntad personal.
Pero, no seré yo quien niegue y desestime los maravillosos provechos que las nuevas tecnologías están significando en la vida de los humanos, desde avances científicos en temas de salud, pasando por agilidad y rapidez de comunicación, acceso a la información y a la educación, hasta la comodidad de vida y tiempos que nos permiten los dichosos clicks.
Que nadie me malentienda, aún existen demasiados focos de desgracia en el planeta como para afirmar que el mundo es bueno, pero sin duda es mejor que antes y el hombre tiene, más que nunca, las herramientas y conocimientos necesarios para embestir con probable éxito cualquier gran causa o batalla que se le plantee a nivel global y planetario.
Entonces, que alguien de los que han ocupado su tiempo en estudiar a la mente humana y los comportamientos que origina, me explique por qué este mundo mejor todavía no nos llega a todos.
El planeta entero está pasando por uno de sus estragos más inesperados y peligrosos de la Edad Contemporánea, el ruin virus Covid-19. Este elemento pendejo es una partícula de código genético, ni siquiera es un ser vivo, como el enemigo en una batalla o el lobo feroz. Es un algo inerte que nos jode ya hasta alcanzar las espeluznantes cifras de ciento ochenta millones de personas contagiadas y casi cuatro millones de muertes. Sirva para dimensionar esto, que yo les diga que ciento ochenta millones es más o menos la población total de Bangladesh y cuatro millones la de Croacia. Pero, estamos muy, muy lejos de los cuarenta millones de muertos que dejó la Gripe Española hace apenas cien años. ¿Saben por qué? Porque la ciencia, bendita sea, ha ido evolucionando frenéticamente, los avances digitales le están sirviendo de soporte para universalizar descubrimientos y difundirlos, por no hablar de las propias herramientas de investigación que hoy se tienen y entonces simplemente no existían. Cuán fascinantes han sido los logros de la ciencia y cuánto buen caso le estamos haciendo de pronto toda la humanidad, asustados por el Covid. Hasta los más radicales fundamentalistas en todas las religiones, los que siempre han promulgado la incompatibilidad entre Dios y ciencia, por si acaso se someten a lo que los científicos aconsejan en temas de prevención, riesgo, vacunas, y esperanzas que los avances nos dan con la ciencia.
La batalla contra el Covid es ciertamente una batalla global con los científicos intercambiando en todas partes investigaciones, teorías, análisis y ensayos en tiempo real y gracias a un mundo interconectado. El ser humano está demostrando, además de su usual estupidez por no medir riesgos, fascinantes brotes de solidaridad; es capaz de armar hospitales de la nada, apoyar a sus escuadrones sanitarios que pelean en el frente con ayudas desde la retaguardia. Se ha logrado una primera generación de vacunas que, posiblemente, no sean la solución final, pero ayudan bastante gracias a los logros de esta era contemporánea.
¿Y aun así, no somos capaces de tener ya vacunada a toda la humanidad?
Sí, ¡no lo somos!
Tenemos soluciones para casi todos los grandes temas y quebrantos de la humanidad, sobre todo para los tangibles, como el deterioro del medioambiente, la aniquilación del único planeta que tenemos o, por ejemplo, los conflictos bélicos en Oriente Medio que no tienen ya ni pies ni cabeza y tendrían soluciones fáciles hacia la paz. Únicamente haría falta dejarse de idioteces y soberbias y plantearse que en paz se vive mucho mejor. ¡Que hay tierra para todos, caramba!
El propio escritor e inventor Vázquez-Figueroa creó y patentó hace decenios un sistema de desalinización de agua de mar mediante ingeniosos conocimientos físicos, y en el año 2021 todavía no hemos sido capaces de generar mucha más agua dulce y trasladarla a los desiertos del mundo, empezando por el del Sinaí, ya en pro de lo anterior expuesto, o el propio Sahara en provecho del continente más castigado del planeta. Los minerales necesarios para convertir la mayoría de desiertos en vergeles se encuentran en la propia arena, por favor, un poco de sentido común, ingenio, recursos financieros, técnicos y tecnológicos, buena voluntad y cooperación internacional, y empecemos a sembrar jardines.
Pero no. ¡No somos capaces!
Hay soluciones absolutamente factibles, inventadas, sugeridas, debatidas, para terminar con el hambre en el mundo. Los requerimientos para esto se basan en dos pilares fundamentales: Voluntad política internacional, es decir, elevar la prioridad a planetaria, y un plan maestro eficiente que los propios algoritmos y magias tecnológicas nos pueden ayudar a diseñar, calcular causas y efectos, potenciales errores y riesgos, y de ahí implementarlo con solidaridad y cuatro dedos de frente.
En la era del nacimiento de la Inteligencia Artificial invertimos sesos y algoritmos en la automatización de vehículos para que un día nos conduzcan por las ciudades como choferes infalibles y gratuitos. Y, sin embargo, no diseñamos ni aplicamos tecnología para combatir el desperdicio de alimentos en el mundo. Un tercio de todo lo producido, cosechado y manufacturado de alimentos termina en la basura y ¿no hay soluciones globales a la vista?
Las hay, pero no se quieren ver.
¿Es que requerimos en nuestro sistema planetario de elites y subhombres? ¿Un mundo mejor para unos y no para otros? ¿Por eso a las enfermedades y lacras del planeta y de la humanidad no queremos ni verlas, nos interesan poco o nada?
Y así podría seguir mencionando la corrupción, los problemas mundiales de las drogas, los armamentos nucleares, la desigualdad y las castas, la contaminación de los mares…
Todos los problemas tendrían una o varias soluciones. Hubo, hay y habrá gente dotada que sabrá ponerlas sobre la mesa, apoyándose, por suerte, en tecnologías y conocimientos cada vez más sorprendentes.
¿Y no somos capaces de crear un mundo mejor para todos?
¿No queremos?
La verdad, hay que ser muy brutos e irresponsables para no querer verlo y actuar.