1. ago., 2021
A mi padre
¡Eres mi héroe más aguerrido, padre!
Como el Quijote valiente, arrancaste en galopadas desde tu fría Riobamba hasta la gélida Alemania hace catorce lustros y mil añoranzas.
Te atreviste, valeroso, a darle batalla a dos molinos indomables, al de la emigración afligida, y al de la inmigración puñetera, la de los bravos con dos bien puestos, la de los gallardos.
¡Eres mi héroe más astuto, padre!
Con artimañas de gracia te ganaste a la buena moza, a la doncella castiza de piel anacarada y mirada de madona, a la guapa, a la que quitaba el hipo con su loada apostura.
¡Eres mi héroe más tierno, padre!
Fui haciéndome el que soy de tu mano firme, con tus mimos, con tus bregas, para darle a mi vida la prebenda de una niñez feliz dejándome volar, para honrarte a ti y a mi madre, la doncella con la que a tu lado te hiciste gigante.
¡Eres mi héroe más admirado, padre!
No es en las novelas que bebo de las cualidades que todo hombre debe poseer.
Es en ti que me empapo de tu ejemplo para imitarte y hacer míos tus atributos más sagrados: el valor, el honor, la lealtad y el sacrifico.
¡Eres mi héroe más amigo, padre!
Tú en Madrid, yo en Quito, echo de menos tus historias, señor hidalgo, tus memorias encanecidas de hombre vivido, tu amistad en una cerveza y un jamón compartido, tu cercanía para aspirar tus perfumes de caballero, de prócer sagrado para mí.
¡Eres mi héroe más augusto, padre!
Mi dulce gentilhombre renacentista que a nada le temió para abrirse camino y abrir el nuestro, el de tus hijos, y aunque la doncella ya transmutó en ángel, para desgracia nuestra, siempre estás tú con nosotros, caballero de altos bríos, guerrero incansable por tus hijos, guardián de nuestras vidas.