2. oct., 2021

Las palabras y el Bushido

“Para el guerrero, las palabras de un hombre son como sus huellas: puedes seguirlas donde quiera que él vaya.”
 
Los códigos morales, o la ética personal de cada uno, son universos complejos que no originan en la subjetividad individual sino en la colectiva.

Y es lógico, porque los códigos morales orientan nuestras conductas en lo relativo a la convivencia, hacia el resto de personas sobre cuyas vidas influimos. En condición solitaria, ermitaña o antisocial, los códigos morales dan un poco igual. La importancia les viene por lo colectivo.
 
Creo que llevo dándole vueltas a esto desde que tengo uso de razón -a los códigos morales me refiero- y, naturalmente, creo comprender la importancia de los contextos culturales, creo saber discernir, e incluso respetar.
 
Sin embargo, también creo en la ética universal y que una serie de códigos mantienen su esencia y su verdad por encima de las culturas, religiones y variaciones históricas.
A mi manera de ver (algo añeja para muchos, pero de mis maneras no me aparto tan fácilmente), de toda corriente de pensamiento, la que mejor refleja la ética universal con la que yo me identifico, es el bushidō, el Camino del Guerreo, el código de comportamiento de los samuráis japoneses.

Culturalmente, no puedo imaginar sociedades más dispares que las orientales y occidentales si bien, a estas alturas, la globalización y los maremagnos tecnológicos nos han acercado bastante, al menos en cuanto a cierta comprensión mutua. De esta manera, para un occidental como yo, cuya única fuente de información son las lecturas y un par de amistades, posiblemente le esté vedada la comprensión total del código bushidō.

Pero soy hombre de palabras, de las ideas y los conceptos tras ellas, y me adueño de los preceptos del bushidō para pasarlos por el filtro de mi comprensión y ver cuánto de ellos han sido parte de mis propios códigos morales, sin ser precisamente un guerrero ejemplar y, menos aún, un guerrero samurái.
 
Mi personalísima conclusión: ¡todos!

Parte de mi discurso ha sido siempre el amor por lo que yo llamo “mis grandes sustantivos”, o “Las Palabras”, así con mayúsculas y toda honra. Porque hay palabras que, sencillamente, están por encima de otras en mi ideario personal.

Y el bushidō las recoge todas, las describe mejor de lo que yo jamás sería capaz, y las titula incluso con mucha más gracia y lógica, llamándolas “virtudes”.
Son siete las virtudes del camino del guerrero, y que no solo admiro, sino que aspiro desde muy joven a que impregnen mi ética personal, por difícil que esto resulte, siendo un cautivo de mis limitaciones y debilidades humanas:

Gi – Justicia, Yu – Coraje, Jin – Benevolencia, Rei – Respeto, Makoto – Honestidad, Meiyo – Honor, Chuugi – Lealtad.
 
A una generación más joven, idealizar estos conceptos, y yo los idealizo, puede parecerle trasnochado, fuera del contexto del Homo sapiens 4.0 o, simplemente, fuera de alcance comprensivo, pero para mí son códigos eternos y los llevo grabados como tatuajes en mi alma algo añeja y, quiero imaginar, honrada.

No puedo más que recomendar a todo los que de una u otra forma se interesen por los códigos morales, que indaguen a través de lecturas acerca de las virtudes del bushidō, la aplicación de sus conceptos en nuestra modernidad, y su utilidad como herramientas para socorrer a una humanidad bastante desnortada y autodestructiva.
El camino del samurái y sus virtudes nos pueden aportar un salvavidas importante porque, al fin y al cabo, no nos habla de otra cosa que de las relaciones entre nosotros, la importancia de tener y respetar ciertos códigos que nos ensalzan como individuos porque nosotros honramos lo colectivo a través de nuestras conductas.
En especial les recomiendo la lectura del libro de Inazó Nitobe al respecto, escrito a comienzos del siglo XX y tan vigente hoy como hace más de cien años.
 
Ayer estuve revisando unos apuntes y bibliografías que me he ido armando para la novela en la que actualmente trabajo. Y, como tantas veces me ocurre, releer o profundizar en ellos, me arroja amigables sorpresas en formas de frases que queman, palabras y conceptos cuya fuerza es tal, que me ocupan a veces horas, días o semanas en la mente, hasta digerirlas bien y armonizarlas con mi personal mundo de ideas (y códigos).

Al revisar unas anotaciones sobre la séptima de las virtudes, la lealtad, me reencontré con la frase que leyeron al principio de esta reflexión y que, con gusto, aquí repito:
  
“Para el guerrero, las palabras de un hombre son como sus huellas: puedes seguirlas donde quiera que él vaya.”
 
Me parece tan deliciosa como atemorizante esta sentencia. La saco del contexto de la lectura, que era sobre la lealtad, porque en sí misma tiene tal peso y entidad, que la voy a estar rumiando un tiempo largo en la mezcladora de mi intelecto.
Y esto es, porque las palabras son el eje de lo que quiero para el siguiente tercio de mi vida, es ahora cuando he determinado dar rienda suelta a mis anhelos de escritor, dejo pensamientos por escrito y los comparto, como ahora con ustedes.

Me vienen a la mente cuestionamientos como estos:
¿Qué tan dignas son mis huellas para ser seguidas?
¿Diré o escribiré las palabras justas y necesarias, las que me corresponda decir en cada momento, las que concuerden con mis códigos de conducta aspirados?
¿Cuántas de mis palabras son huellas acertadas en el camino, y cuántas tan solo expresé para dar vueltas sin llegar a ninguna parte?
 
No será ni aquí ni ahora que estas interrogantes merezcan respuestas, porque seguro me conducirían a ciertas gratificaciones, pero también a vergüenzas y arrepentimientos.

Lo importante será, que las preguntas que me plantee sobre qué tipo de huellas voy dejando, vayan colando profundamente en mi ego, me den un buen revolcón de humildad y, respuesta a respuesta, vaya acertando más y mejor en las palabras que dejaré, rectifique si acaso las que no fueron dignas de mi código, y aprenda a hacer un uso más noble de ellas.
 
Rumiando y rumiando, se me va colando en la mente otra frase puñal que hace años atesoro. Hay afirmaciones que le otorgan la autoría a Ernest Hemingway, cosa que no me sorprendería, porque el buen escritor dejó algunas páginas de frases bien dichas. (Otras no tanto.) Pero esto no está comprobado o, al menos yo, no conozco evidencia alguna sobre si esto es cierto. Es más, similar frase con igual concepto le ha sido acreditada a Mark Twain, hecho tampoco contrastado. Pero así sucede a veces en el mundo de las frases puñal, que una vez dichas, son propiedad del universo y de los que quieran atesorarlas, o rumiarlas, como es mi caso.
 
Dice así:
"Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar."
 
Palabras, huellas, callar, las virtudes del bushido, mis virtudes, mi ética universal y mis códigos de conducta…
 
Todo un galimatías de aprendizaje constante…, espero ser meritorio y acertado al seguir dando pasos en mi personalísimo camino del guerrero.

Conociéndome como me conozco, seguiré meditando y escribiendo sobre las virtudes del bushidō, pero eso será a bocaditos digeribles, porque ya ven, una sola frase, y me engarzo a ella por horas,
días,
semanas…