15. oct., 2021

La RAE

Últimamente, frecuentemente, son las redes sociales y los contenidos pescados en ellas, los que me arrojan temas para mis reflexiones.

A menudo, me sulfuro con las mil y una tonterías que me encuentro, pero quizás sea mi propia culpa por no ser más selectivo en cuanto a dónde meto la nariz. Dicho de otra manera, tampoco debería meter mis narices en todos los asuntos, pero qué le vamos a hacer, tengo ciertas inclinaciones hacia la curiosidad crónica y alarmantes achaques de viejo cascarrabias.

¿No leo el otro día, en unos comentarios referidos a la RAE (Real Academia Española), uno de esos desatinos que ya apestan por manidos, sobre el cuco español que se lanzó sobre las Américas y solo trajo gripes y flagelos a un continente hasta entonces lleno de humana inocencia, con indefensos aborígenes que vivían en sociedades de dulce armonía? La verdad, a mí ese tema ya me da lata; con gusto, sin embargo, un día podemos debatir sobre esto con los defensores de tales alucinaciones, aunque debamos para ello abrirnos camino a machetazos por quinientos años de telarañas tupidas y archidescontextualizadas.  
 
Aquí y ahora, mi asunto no es la exégesis histórica, sino la mala leche del cantamañanas que en su comentario tildó a la RAE como maximísimo exponente y representante actual de todo lo satánico que castiga a nuestro continente americano y que vino y viene, según dijo, de España. Aunque le admito, por darle un mínimo crédito de sapiens pensante, que su razonamiento se ampara en una lógica deductiva bastante simple, pero correcta en el método:
Si España fue Lucifer para las Américas, →España habla español, →Lucifer habla español, →la RAE regula el español, →la RAE es la puta madre de Lucifer, mil veces peor por lo tanto, ¡con perdón!
Como si nuestras Américas no tuviesen ya suficientes nubes propias y actuales, y digo, nuestras Américas, porque  existen al menos mil millones de ellas, tantas como habitantes tienen sus territorios. E incluyo a los brother’s del norte, porque estos también tienen sus particulares visiones, aunque se quedan cortos de mira, y más abajo de la Depresión de Chiapas el resto se les hace sospechosamente borroso.

Volviendo, que la RAE simboliza lo perverso y maligno de nuestra realidad americana, eso decía el palurdo.

Y claro, aquella asociación, aquella afirmación que pude haber toreado y sobre la que nadie me obligó a dedicarle neurona alguna, me tocó ahí, ya saben, donde duele, y siendo el enamorado que soy (y que me confieso públicamente sin ninguna vergüenza) de nuestro prodigioso idioma, creo que es tiempo de dedicarle un elogio a una de las instituciones insignia que yo no quisiera que faltara en mi vida.

La Real Academia Española, cito su autodefinición “tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico…
Se me antoja una misión nobilísima, hermosamente útil, porque, sabido es: el sapiens sin cierta regulación suele tender a parir chabacanerías y desvirtuar todo lo que se le ponga por delante. Así que yo me alegro de que exista este ente regulador, en constante contemporización con el mundo evolucionando.
Porque ¿saben?, no todos los idiomas tienen una institución que se eche sobre los hombros la tarea de protegerlos, ordenarlos y situarlos, repensarlos y normarlos. El idioma inglés, por ejemplo, carece de tal maternidad lingüística, y así le va con los innumerables mestizajes alrededor del globo, un inglés por nación o tribu, tantas veces criollizado como narices metieron los británicos en el mundo con sus propios colonialismos. O sea, si nos ponemos con historia, nos ponemos. Y nada en contra de un idioma inglés variopinto, porque en la variedad está el gustito de muchas cosas. Y en el español somos más variopintos que los diseños de Agatha Ruiz de la Prada, por esa mismísima razón, existe no solo la RAE de las Españas (mismo fenómeno: cuarenta y ocho millones de Españas en la península ibérica), sino también sus complementarias en el resto del mundo hispanoparlante, incluido nuestras Américas.

Son las instituciones que forman la Asociación de Academias de la Lengua Española, íntimamente hermanadas entre ellas por un fin común, el español. Son veintitrés academias las que forman la asociación, las de los países cuyo idioma oficial es el español o donde reviste importancia como lengua vehicular o educativa. Es decir, a las de España y Latinoamérica se les suman las de Estados Unidos, Filipinas y Guinea Ecuatorial. Desde hace muy poco, como academia correspondiente de la RAE, por necesidad y justicia histórica, sin ser miembro asociado, pero sí reconocido, está también la Academia Nacional del Judeoespañol de Israel, por su gran valor en preservar lo que era o es el sefardí.
Y ahora, no me digan que no es un modelo asociativo cargado de belleza, cada país aporta, suma, pero se integra, complementa y es complementado.

Hay los que afirman (cargados de ignorancia, se entiende) que la RAE y las demás Academias de la Lengua Española son energúmenos trasnochados, fuera de realidad, modernidad, libertad. Esto es una estupidez. Las academias se esfuerzan por ir con los tiempos, naturalmente al ritmo que todo lo académicamente importante tiene que ir, con ritmos pensantes, reflexivos, dialogantes, consensuados. A las locas, de buenas a primeras parir reglamentaciones serias para aceptar las bofetadas lingüísticas k oi c skucha i lee y que algunos hipermodernos defienden a capa y espada (o a uatsapazos), es una afrenta cultural que no todos estamos dispuestos a aceptar. Con lo del lenguaje inclusivo otro tanto de lo mismo, pero a esto le dedicaré otro día otras líneas, porque da para mucho.
 
El valor de las academias en cuanto a soporte cultural en las naciones a las que sirven es enorme. Está bien, puede que algunas evolucionen a ritmos más pausados, o entienden su rol más desde la contribución teórica y reguladora, y no tanto como forjadores de vida cultural, pero son instituciones que, al fin y al cabo, las forman personas, personas de enorme valor intelectual a mi juicio, pero personas, y puede que no siempre atinen en todo o estén siempre bien engrasados en sus mecanismos como organización. Pero, en todas las academias hay gente de mucho seso y, oigan, eso a mí me da tranquilidad, incluso puedo perdonar algún que otro tropiezo burocrático.
 
Una de las cosas que más le aplaudo a la RAE, a la de Madrid, es que ha ido aperturándose al público, que hoy por hoy organiza visitas a sus ilustres dependencias, coloquios, patrocina eventos y eventualidades culturales, y hace un sinfín de presencias en el diario vivir de los españoles. Y las demás academias en sus países, otro tanto de lo mismo. Lo que pasa es que no siempre estamos dispuestos a enterarnos, nos ciegan los prejuicios, o simplemente repetimos bobadas que alguien alguna vez nos ha contado. Es que somos más loros que pensantes, todo hay que decirlo.

Las academias están en las redes, solo hay que curiosear. Yo, particularmente, sigo a «RAE Informa» en YouTube, disfruto de sus contenidos, y me gusta impregnarme de temas relacionados con el mundo que tanto amo, el de las palabras y el idioma español.

Siempre miro con ojo crítico, pero ahora más que nunca, a ver si es que soy yo el que está equivocado y, realmente, a la RAE y a sus academias hermanas y compinches, les encuentro el plumero satánico que hasta ahora no he sabido verles. ¿O acaso el diablo habita solo en la de España, porque les toca las narices a algunos que viven en las Américas lo que ocurrió hace medio milenio?

Resumen: mi elogio y gratitud a la RAE y a las academias asociadas por lo que son, hacen y me inspiran.
 
Y sobre arremeter a machetazos contra las telarañas del pasado, era una maldita broma, a mí que no me busquen para ñoñerías, que a mí lo que me preocupa es si mis nietos tendrán trabajos dignos en el futuro o si la inteligencia artificial ya los inutilizó para la sociedad. O el cambio climático, el planeta, que está jodido y los políticos, en vez de dar un paso al frente, prefieren dar dos hacia atrás y rebuscar entre la mierda de la historia causas que les permitan llenarse la boca sobre el pasado, para que no se les note que los cerebros los cargan vacíos y sin lucidez para el futuro.