5. nov., 2021

El cilantro

El día que mis cenizas deban abonar la tierra, deseo que sea en un huerto de cilantro.

Sabiendo que en esto de los gustos manda cada cual sobre su paladar, y que el Coriandrum sativum cuenta con amantes y odiadores por igual, no es mi intención convencer a nadie de venerar a esta herbácea tal como lo hago yo.
Pero me dije que era hora de salir de mi armario culinario y encauzarme de nuevo por la senda de mis emociones y no por la del esnobismo gastronómico que me tuvo desnortado durante bastantes años.

Empezaré diciendo que, desde una perspectiva histórica, al cilantro se lo ha menospreciado, y esto, naturalmente, debido a la ignorancia de los que sabemos, los de siempre, los humanos. Porque, aunque su origen no está muy claro, parece ser que en el área mediterránea ya se lo conocía en tiempos de la antigüedad. De ahí que me cuestiono el porqué los griegos condecoraban a sus premiables con coronas de laurel u hojas de olivo en vez de confeccionar las mismas con ramas de cilantro. Las hojas de laurel aportan un sabor plano a madera y las de olivo ninguno. Les concedo su valor en propiedades medicinales, pero tampoco aquí el cilantro se queda atrás. Investiguen por su cuenta.

El cilantro es una planta deliciosamente gustosa, pero admito que de estas hay varias, pruébese la albahaca, la menta, el orégano o el cebollino, por nombrar algunas.

Lo que, sin embargo, le otorga condición de sublime para mí, más allá de fragancia y sabor, ¡es que el cilantro me hace mejor persona!

Admito que puede parecer un disparate, pero tengo la piel dura y una espalda anchísima, así que puede soportar que me tilden de loco.

Cuando, siendo adolescente, vine por primera vez a Ecuador, dejando atrás mi otra vida en Alemania, este, mi nuevo país, se me presentó como el de los nuevos olores.
En mi memoria se afianzaron tres: el de los gases pestilentes de los viejos autobuses que, naturalmente, odié, el de las abundancias de perfumes de las señoritas de mi edad y que me cautivó, porque las chicas en Alemania en su mayoría no tenían aún esa costumbre de usarlos, y el del cilantro.
Incluso recuerdo, que la primera vez que percibí su fragancia sentí confusión, porque no la asociaba a nada conocido. Tuve que preguntar por su origen para aprenderme aquella lección olfativa de mi nueva vida. Muy pronto, el cilantro penetró profundamente en mí, me capturó y me humanizó.
Porque en este país de contrastes al que me enfrentaba huérfano de experiencia, viniendo de una sociedad alemana menos compleja, más aparejada, aprendí por vez primera que una colectividad podía tener estructuras, procedencias, linajes, castas, clases, geografías, zonas, barrios…
Con dieciséis años esto confunde, y a mí me ocurrió, tanto, que recuerdo que durante mis primeros meses en Quito escribía cartas a mis amigos en Hannover contándoles a calzón quitado mis impresiones. Lo hacía como desahogo por lo novato que yo era en cuanto a los contrastes latinoamericanos que me pillaron de nuevas.
Entonces, para no confundirme y mantenerme afirmado a la tierra que pisaba, negándome a levitar porque a esas edades ya sabemos que uno es influenciable y vuela según los vientos, descubrí en el cilantro un ancla bondadosa.
Como siempre tuve un buen olfato, pude notar que en casi todos los lugares, en todas las casas, en todo los barrios, en cada choza y en cada mansión, estaba su fragancia, todos lo usaban en sus cocinas, tanto así, que por mucho tiempo y sin Wikipedia aún a mano, me creí que era una hierba autóctona del país, que solo aquí existía y que al resto del mundo le era desconocida. Cuanta ignorancia, lo confieso.

En el cilantro encontré mi verdad, mi visión del mundo que no quise ver trastocada, afirmándome en mis convicciones con el paso de los años, manteniéndome por siempre en mi creencia, que el cilantro simboliza humanidad, que huele a solidaridad y a igualdad, a tolerancia y a comunidad.
 
¿Cómo no amarlo, venerarlo como ramillete de frescura y profundidad, desear salpicar mis alimentos con sus bondades, y agarrarme firmemente a sus arcanos de identidad y benevolencia, de mundo global y justo?

¡A mí, a mis cenizas, que las esparzan en un huerto de cilantro!