9. ene., 2022

¡Te saludo, bonsái!

Hace veinticinco años descubrí, que el arte del bonsái tiene la virtud de conciliar los demonios y los ángeles que habitan en mí.
 
Yo mismo me sorprendo al reconocer que, aun siendo así, no le había dedicado mayores líneas a esta inigualable afición. Pero aparecerá, finalmente, enmarcando la vida de algún personaje principal en mi siguiente novela, si no como tema central, sí como ambientación sensible en momentos de su vida.

Como toda actividad artística (yo me tomo la libertad personal de adscribir el cultivo de bonsáis a la categoría de arte), esta afición es una expresión íntima de un creador ligada a una amalgama de interpretaciones y gustos de quienes observan la obra creada. Y si me apuran, le endoso a este arte incluso el epíteto de bello, encuadrándolo de este modo en una octava expresión dentro de las Bellas Artes.

Cómo toda expresión artística, su dominio y maestría está sujeta a conocimientos, a técnicas y a gustos estéticos. De las tres habrá más o menos, pero el bonsaísta dedicado, incluso el más humilde aprendiz, recorre durante la práctica de su afición un camino artístico, camino excelso, porque la materia con la que ejerce está viva, por lo tanto, sensible a sus destrezas, es cambiante y evolutiva.
 
Vuelvo a lo de mi afirmación inicial, aquella de que la práctica de este arte concilia lo bueno y malo que mora en mí.
Cultivo varias pasiones artísticas, muchos lo saben, pero no hay ninguna de ellas que le presente mayor batalla a mi natural impaciencia como trabajar con bonsáis. Los árboles en bandeja, materia tan viva como todo el universo vegetal, tienen sus tiempos, no hay técnica humana -al menos que yo conozca-, que logre dominar los procesos vegetativos, alterar significativamente los tiempos. Se puede rasguñar tiempitos, acondicionar el ambiente para modificar un poco los procesos de crecimiento de las plantas, pero nada drástico, ni se puede o debe hacer, al menos que se quiera poner en riesgo la vida de la planta, del árbol en nuestro caso. La vida vive sus propios tiempos. De ahí, que trabajar con bonsáis, aunque se pueden obtener impresiones resultonas en pocas horas de diseño de una planta leñosa, siempre será la naturaleza la que determine los plazos. Hay largos tiempos de silencios entre un bonsái y yo, y aunque mi mayor disfrute es visionarlos ya maduros, diseñarlos aplicando las técnicas aprendidas, los tiempos de no modelar, sino de cultivarlos, alimentarlos o protegerlos simplemente, son los que condicionan nuestra relación y me instruyen en la virtud de la paciencia.
 
Mi afición por el mundo del bonsái eleva mi respeto por la naturaleza, saboreo intimar con los dones de la vida vegetal y sus regalos para los humanos. Porque solo viviendo a diario las evoluciones de mis árboles, observándolos desde una cercanía casi invasora sabiendo que en cada axila de una rama hay una yema latente a la que puedo ayudar a brotar, me trae a la conciencia el cómo se organiza la vida de las plantas, su morfología y sus ciclos. Admirar la belleza es una cosa, entenderla es otra. Suma.

El bonsái ha sido un extraordinario pretexto para equilibrar en parte mis otras pasiones, ermitañas ambas. Pinto en solitario y escribo en soledad. Pero, mi entusiasmo por todo lo relacionado con los árboles cultivados en maceta es una actividad que disfruto mucho compartiéndola con otros aficionados por el mundo, quizás por el aprendizaje mutuo, la dulzura de la temática para sostener eternas conversaciones, intercambiar opiniones, experiencias, dudas y arcanos ocultos que se guarda la propia naturaleza. Los aficionados al bonsái compartimos caprichos que se acercan bastante a la obsesión. Nos embriagan los árboles longevos, viejos y añejos, de muchos lustros, al igual que nos encantan los esquejes tempraneros, las semillas, una rama de un árbol grande que imaginamos enseguida acodada…
Solo los aficionados al bonsái entienden del todo lo que aquí digo, saben que la embriaguez por los árboles va más allá de la labor solitaria de cada uno en su jardín o terraza. Es hablar de bonsáis, admirar bonsáis juntos, compartirlos, trabajarlos en talleres, armar discusiones apasionadas en clubes y asociaciones, exhibir juntos en muestras…
El bonsái hermana, solidariza, educa, enamora, trastorna, seduce, corteja, y todo esto es más dulce en compañía de otros entusiastas.
Y cuando nos movemos en ambientes no familiarizados con este arte, nos volvemos predicadores de él, hidalgos defensores de sus maravillas a capa y espada.

¡Ay de aquellos que suelen hablar sin saber! Los hay, y muchos, y me retan con el tema del maltrato vegetal, me hablan de enanizaciones brutales de la naturaleza, de socavar el alma de los árboles de la naturaleza. En esta dialéctica es fácil encontrarse con mi vehemencia. Antes mando, sin embargo, a los sabiondos a repasar sus estudios básicos de biología y botánica, hacer un acto de memoria sobre el crecimiento vegetativo. Luego dialogamos más a gusto, equiparados los conocimientos y con lo básico entendido. Ningún amante del bonsái sentimos la obligación de convertir a otros hacia nuestro fanatismo, incluso nos agrada esto de ser una tribu más bien minoritaria. Pero nos encanta predicar sobre este mundo, aunque poco nos entiendan.
 
Además de mi impaciencia, mi respeto por la naturaleza y mis costumbres ermitañas, hay más demonios y ángeles que moran en mí y que han sido tolerables o favorables gracias al bonsái. Es increíble como admirar y trabajar con bonsáis, entrenarlos,  me ha amansado soberbias y me ha limado timideces por igual. Soy un mero aficionado, seguidor de maestros que saben de esto mucho más que yo, pero, como en todo en la vida, yo mido la importancia de mis aficiones por la temperatura de mis emociones al dedicarles mi tiempo, y no por mi grado de maestría. El disfrute por encima de la capacidad.
 
Estoy retomando contactos con otros aficionados después de haber dejado atrofiar mis destrezas por unos años. Y esto, porque los sustos de la vida me han dado cachetadas benévolas que me recuerdan que soy mejor persona haciendo lo que me hace feliz. El bonsái es una parte importante en esto y estoy reiniciando a trabajar con plantones y refrescando conocimientos oxidados. Lo conté en mi reflexión de fin de año.
 
Es posible que un día, en este mismo blog, ahonde más en el tema desde un punto de vista técnico, pero esta semana no era mi intención.
Hoy mi intención era publicar mis votos, dejar una declaración de amor por escrito, y confesarla me provoca espasmos y sonrisas por imaginar a alguno con la curiosidad despertándose y ganas de indagar más sobre el maravilloso arte del bonsái.

Si es así, no se inhiban, aquí me tienen, listo para pregonar sus bondades y soltar mi prédica con el mayor de los gustos, faltaba más.